Hasta el día 5 de junio todavía puede verse una interesante exposición en la Lonja y en el Museo Camón Aznar de Zaragoza. Con el título "Zaragoza. Visión emocional de una ciudad", los comisarios Ricardo Marco y Carlos Buil han reunido las "respuestas" de 216 artistas, videocreadores, escultores, fotógrafos, escritores y arquitectos. Recogemos el artículo introductorio del catálogo, cuyo autor es el profesor Ricardo Lampreave, junto a algunas respuestas (*) de arquitectos y profesores de nuestra Escuela.
El sentido de la ciudad (Ricardo Lampreave)
En su "5º y 6º Principio de cartografía y de calcomanía", Deleuze y Guattari explicaban que si el mapa se opone al calco ‒los términos nos sirven tal como los propusieron‒ es porque está enteramente dirigido hacia una experimentación derivada de la realidad. El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre sí mismo, lo construye. Un mapa es abierto, es conectable en todas sus dimensiones, desmontable, reversible, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Por tanto, puede ser roto, invertido, adaptarse a montañas de cualquier naturaleza, ser comenzada su realización por un individuo, grupo, formación social, como es nuestro caso. Se puede dibujar, decían, sobre un muro, concebirlo como una obra de arte, construirlo como una acción política o como una meditación. Un mapa tiene entradas múltiples, contrariamente al calco que vuelve siempre a "lo mismo". Un mapa es cuestión de ejecución, mientras que el calco remite siempre a una presunta competencia.
De hecho ha sido siempre así, no se inventaron nada. Recordemos, por no ir más lejos, que para felicitar a Walter Gropius el 18 de mayo por su cuadragésimo primer cumpleaños, Moholy-Nagy organizó en 1924 una carpeta con obras de seis profesores de la Bauhaus: Klee, Kandinsky, Feininger, Schlemmer, Muche y él mismo. Se inspiraron en una fotografía que eligió Laszlo aparecida en el suplemento Zeitbilder, del periódico Vossische Zeitung. Se veía en primer término un altavoz encaramado sobre el alfeizar de una ventana dirigido a una multitud concentrada abajo, en la calle, radiando por primera vez los resultados de las elecciones. Debiendo elaborar un mapa ‒no hace falta señalar lo reconocible que resulta el de Kandinsky, por ejemplo‒, rememorarlos sirve para confirmar la inevitabilidad del autorretrato en interpretaciones liberadas de cualquier exigencia funcional.
O recordemos la referencia que estimo más exacta y sugerente ‒pues se remite a arquitectos enfrentados a una ciudad‒, la exposición Roma interrotta promovida en 1978 por el historiador de arte Giulio Carlo Argan, entonces alcalde de la ciudad, ofreciendo en los Mercados Trajanos una reflexión sobre dos planos aparentemente contradictorios: la Pianta Grande di Roma de Giambattista Nolli ‒una celebradísima planta de la ciudad de Roma definiendo con precisión sus 14 rioni, un relevante documento histórico‒, debidamente repartida, como soporte para que los arquitectos elegidos propusieran sus particulares interpretaciones de la ciudad proyectando áreas aún sin edificar en 1748.
El sentido de la ciudad (Ricardo Lampreave)
En su "5º y 6º Principio de cartografía y de calcomanía", Deleuze y Guattari explicaban que si el mapa se opone al calco ‒los términos nos sirven tal como los propusieron‒ es porque está enteramente dirigido hacia una experimentación derivada de la realidad. El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre sí mismo, lo construye. Un mapa es abierto, es conectable en todas sus dimensiones, desmontable, reversible, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Por tanto, puede ser roto, invertido, adaptarse a montañas de cualquier naturaleza, ser comenzada su realización por un individuo, grupo, formación social, como es nuestro caso. Se puede dibujar, decían, sobre un muro, concebirlo como una obra de arte, construirlo como una acción política o como una meditación. Un mapa tiene entradas múltiples, contrariamente al calco que vuelve siempre a "lo mismo". Un mapa es cuestión de ejecución, mientras que el calco remite siempre a una presunta competencia.
De hecho ha sido siempre así, no se inventaron nada. Recordemos, por no ir más lejos, que para felicitar a Walter Gropius el 18 de mayo por su cuadragésimo primer cumpleaños, Moholy-Nagy organizó en 1924 una carpeta con obras de seis profesores de la Bauhaus: Klee, Kandinsky, Feininger, Schlemmer, Muche y él mismo. Se inspiraron en una fotografía que eligió Laszlo aparecida en el suplemento Zeitbilder, del periódico Vossische Zeitung. Se veía en primer término un altavoz encaramado sobre el alfeizar de una ventana dirigido a una multitud concentrada abajo, en la calle, radiando por primera vez los resultados de las elecciones. Debiendo elaborar un mapa ‒no hace falta señalar lo reconocible que resulta el de Kandinsky, por ejemplo‒, rememorarlos sirve para confirmar la inevitabilidad del autorretrato en interpretaciones liberadas de cualquier exigencia funcional.
O recordemos la referencia que estimo más exacta y sugerente ‒pues se remite a arquitectos enfrentados a una ciudad‒, la exposición Roma interrotta promovida en 1978 por el historiador de arte Giulio Carlo Argan, entonces alcalde de la ciudad, ofreciendo en los Mercados Trajanos una reflexión sobre dos planos aparentemente contradictorios: la Pianta Grande di Roma de Giambattista Nolli ‒una celebradísima planta de la ciudad de Roma definiendo con precisión sus 14 rioni, un relevante documento histórico‒, debidamente repartida, como soporte para que los arquitectos elegidos propusieran sus particulares interpretaciones de la ciudad proyectando áreas aún sin edificar en 1748.
Aldo Rossi. Roma interrota 1978 |
Robert Venturi. Roma interrota 1978 |
Dos de los cualificados participantes, Venturi y Rossi, una docena de años después de haber publicado sus libros, terminaban por coincidir adelantándonos la imposibilidad de recurrir a sistemas cerrados donde poder encontrar soluciones, reconociendo ambos la pluralidad y la fragmentación de las experiencias que vivimos, forzados a trabajar con una multiplicidad de elementos heterogéneos, con frecuencia abiertamente contradictorios, que es necesario interpretar e integrar mediante el proyecto. Una unidad que sólo puede lograrse a través del arduo camino de la inclusión de lo diverso y nunca mediante el de su exclusión simplificadora. La integración de esos elementos de procedencia diversa, que no son sino fragmentos desprendidos de otras unidades cuyo orden debe en gran medida ser olvidado, sólo puede ser llevada a cabo siguiendo el principio del montaje. El reto que se presenta al arquitecto contemporáneo es entonces cómo montar esos fragmentos para lograr que el conjunto funcione, para que tenga un sentido; qué estrategias establecer para conseguir unidad en lo múltiple, empeñados en dar más sentido a la ciudad sin caer en soluciones fáciles, pero sin rehuir tampoco el notable margen de arbitrariedad que caracteriza la arquitectura actual.
Lo único que no está en ellos, en Venturi y Rossi, el único resquicio que tiene hoy su diagnóstico, es lo que entonces no existía. Y también algunas de nuestras propuestas así lo evidencian. Ésta es la valía de estas iniciativas.
(* A continuación se reproducen las "respuestas" de cuatro profesores de la Escuela)
Lo único que no está en ellos, en Venturi y Rossi, el único resquicio que tiene hoy su diagnóstico, es lo que entonces no existía. Y también algunas de nuestras propuestas así lo evidencian. Ésta es la valía de estas iniciativas.
(* A continuación se reproducen las "respuestas" de cuatro profesores de la Escuela)
Aurelio Vallespín. La trama estriada de la ciudad se funde con la trama lisa de la vida |
Javier Monclús. Zaragoza as an Egg |
Carlos Labarta. 32º y unas miradas |
Pablo de La Cal. Desmemoria |