jueves, 7 de abril de 2011

Releer la ciudad

José Miguel León. Arquitecto.


Pasados unos días de la charla “Todas las calles son mayores”, quiero aprovechar la plataforma que supone este blog para compartir algunas consideraciones sobre La ciudad, en la línea de lo expuesto en la citada conferencia. En parte como reflexiones al hilo de lo expuesto, en parte enlazando con algunas ideas sobre las que estoy trabajando.
Siempre me ha parecido muy acertada la definición que hacía Aldo Rossi de la ciudad. Decía que “...la ciudad como obra de arquitectura que crece en el tiempo y en el espacio, destacable en la forma y en el espacio, pero que puede ser captada a través de sus fragmentos, fragmentos cada vez más pequeños a los que la historia de las gentes que la habitan y habitaron dan unidad y sentido”. Personalmente, cada vez me siento más atraído por la ciudad “hecha de fragmentos, fragmentos cada vez más pequeños,...”, sin por ello desdeñar, ni mucho menos análisis considerados más ortodoxos y rigurosos. Y ello fundamentalmente por tres cuestiones.

Una, porque la ciudad de fragmentos permite vivirla y entenderla desde actitudes como la de Walter Benjamín o como explicaban los situacionistas; “se trataría de construir mapas para perderse en la ciudad”, esfuerzo mayor y de resultados más satisfactorios que el recorrer o visitar la ciudad. Al contrario de la ciudad entendida únicamente como un todo en constante evolución, que lo es, en la que el mapa de la misma, su plano, nos sirve para recorrerla y comprenderla sin perdernos, la ciudad de los fragmentos nos permite dibujar un nuevo plano irreal, el de la des-memoria, el del azar, el del la deriva, con la sensación de no dominar el lugar en el que nos encontramos con la mirada puesta en un detalle o fragmento.

Un plano como el que resultaría si enlazásemos, por ejemplo, los diversos lugares de Roma por los que discurre el itinerario del comienzo de la película “El Cardenal” (Otto Preminger. 1963), presentado como un recorrido continuo de luces y sombras, por nítidas geometrías y expresivos planos arquitectónicos, cuando en realidad las imágenes pertenecen a plazas y calles diferentes sin continuidad urbana.



Dos, la ciudad de los fragmentos y de los detalles es una ciudad que se percibe con “tiempo”. “Eso es, despacio, ...” contesta Harvey Keittel a William Hurt, después de enseñarle sus álbumes de fotos en la película “Smoke” (Wayne Wang. 1995).


El conocimiento de la ciudad bajo este planteamiento requiere la actitud del “flaneur”, pero también la del “voyeur”, porque detrás de cada imagen nos aparecen otras y otras más. Siguiendo a Werner Heisenberg en su “Principio de incertidumbre” (1927), podríamos decir que la mirada del observador modifica el comportamiento de lo observado. La ciudad nos pide para su comprensión tiempo y mirada, y nos ofrece signos, señas, huellas de su historia, de la historia que fue y de la que nosotros hacemos con nuestras propias interpretaciones. Y este sería el tercer aspecto que suscita mi interés por releer la ciudad de fragmentos frente a la comprensión de la ciudad global. Ésta nos da respuestas cabales y ordenadas. La observación del plano de la ciudad nos habla de su evolución. Las trazas que definieron las diversas etapas de la misma son, en general, reconocibles y perfectamente identificables.

La ciudad de fragmentos, que no tiene porqué ser fragmentada, nos plantea dudas e incógnitas que una atenta mirada y en especial nuestra imaginación se encargan de reconocer y encajar en el nuevo plano de la ciudad. ¿Quién se asomaba por los huecos, ahora tapiados, de esa casa cerrada?, ¿Quién vivía en aquella otra desaparecida y de la que sólo queda, como si fuese su sección, el testimonio de sus acabados y revestimientos sobre el medianil?, ¿De dónde proviene ese rótulo y la elección de su tipografía?, ¿A qué hace referencia?, ¿Qué ley se ha seguido para acristalar las terrazas de aquel bloque de la periferia, cuyo resultado “se asemeja” a la aleatoriedad de las fachadas de muchos edificios contemporáneos?.

La respuesta a estas y otras preguntas están contenidas en la forma en que Marco Polo describe a Jublai Kan las ciudades de su imperio en “Las Ciudades invisibles” (Italo Calvino. 1983), libro que debiera estar en la bibliografía de referencia de quien se sienta atraído por la ciudad y la arquitectura. Una ciudad de fragmentos es una ciudad hecha de otras ciudades reales o imaginadas, de signos y de relaciones propias y ajenas. Fragmentos construídos o simulados, vividos o soñados.

En el año 1989, el artista Rogelio López Cuenca intervino en la provincia de Málaga colocando una serie de palabras, sin más aparente conexión que la que les proporcionaba el empleo de las tipografías y el soporte físico característicos en la señalización del tráfico urbano. Alertada la Guardia Civil, el artista tuvo que explicarles en el “cuartelillo” el sentido de su intervención, a partir del texto de Francis Picabia que dice “Il faut être nomade, traverser les idées comme ont traverse les villes et les rues”.

Años después, en la Plaza Lesseps de Barcelona antes de su remodelación, en el 2004, con motivo de alguna pequeña reparación en la vía pública, los operarios recolocaron los adoquines del paso de peatones tal como les venían a mano, sin darse cuenta ¿o quizás sí? de que el rígido trazado de franjas blancas se había pixelizado, diluyéndose su sentido, como si de una provocadora intervención artística se tratase


al modo que lo hizo Thilo Folkerts en Berlín en 1997.


En Logroño, coincidiendo con el cambio de hora estacional, el pasado año 2005, la sirena del edificio de Ibercaja en el Paseo del Espolón (centro de la ciudad), que suena cada día a las 12 del mediodía, recordándonos la hora del descanso en los inicios industriales de la ciudad, se oyó varios días seguidos, mejor dicho varias noches seguidas, a las 12 de la noche, transmutando Logroño, durante un breve tiempo, en una ciudad amenazada por una desconocida aviación enemiga.

Aviación que si existió en uno de los episodios que transcribe Antonio Bahamonde en su libro “Un año con Queipo de Llano”, cuando desde Radio Sevilla, el citado general insurrecto y cómplice de Franco narraba los efectos del bombardeo que sufrió la basílica del Pilar de Zaragoza por la aviación “roja” durante la Guerra Civil. “…Todo inútil porque la España nacional cuenta con la singular protección de esa Virgen que ha impedido que las bombas que atravesaron la cúpula del templo estallasen, únicamente una lo hizo. Frente a la basílica… Los adoquines que saltaron por los aires al caer al suelo lo hicieron de forma ordenada componiendo las palabras VIVA LA VIRGEN DEL PILAR…”

De esta forma, y de otras muchas más, “el azar” o “la intervención divina” han contribuído de forma fragmentada a la formalización de la ciudad, estableciendo nuevos puntos en ese plano ¿imposible? de recorridos y signos, fruto de la personal relectura de la ciudad. Actitud que me permitió descubrir, en una de mis últimas visitas a Zaragoza, oculto en múltiples y diversos fragmentos de los rótulos comerciales de la ciudad el mensaje con el que terminé la conferencia a la que aludía al principio de estas líneas.

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