“En Canfranc la estructuración del espacio incorpora gran cantidad de información humana, en lo que constituye sin duda un importante legado colectivo y una verdadera “arquitectura del paisaje” a mantener y preservar en el futuro” (Alberto Sabio) [1]
¿Cómo abordar un enclave de infraestructuras producto de un episodio histórico que, a la vez, es un importante legado paisajístico a preservar? ¿Es realista pensar en proyectos estratégicos compatibles con la protección de un patrimonio ferroviario de especial significado para todos? ¿Son útiles los conceptos e instrumentos convencionales de la cultura arquitectónica y urbanística? Es decir, el planeamiento regulador y normativo o la conservación de las edificaciones con criterios restrictivos y catalogaciones al uso?
Todas esas preguntas son adecuadas para el caso de Canfranc, pero también para muchos otros enclaves y paisajes que se han configurado de acuerdo con funciones ahora desaparecidas, en España y en cualquier país donde han ido cambiando las condiciones iniciales que dieron lugar a un conjunto ferroviario. Incluso en el caso de la deseada y posible reapertura de la conexión internacional, parece claro que la extensa plataforma ferroviaria resultaría, en gran medida, sobredimensionada sólo para usos “ferroviarios”. Por tanto, resulta imprescindible plantearse otras formas de intervención que permitan cierta variedad de usos, que asuman la importancia de los espacios abiertos entre infraestructuras y que tengan como punto de partida la consideración del conjunto como un patrimonio y recurso cultural de primer orden. Las palabras clave serían: paisaje y patrimonio. Es decir, urbanismo paisajístico y paisajismo cultural. Dos conceptos emergentes en el debate y en las experiencias internacionales y que pueden ayudar a entender la naturaleza de las estrategias aplicadas en otras situaciones y contextos no tan alejados como pudiera parecer.
Uno de los problemas en las propuestas y proyectos recientes, tanto en las aproximaciones arquitectónicas como en las que parten de una perspectiva urbanística o paisajística es la falta de definición de las estrategias y objetivos precisos de la intervención. Al abordar un territorio desde esas perspectivas, es preciso preguntarse por las necesidades y oportunidades que se presentan para una revalorización y ordenación de un paisaje singular. A menudo se afirma que la correcta lectura del paisaje y de las formas del territorio se convierte en una premisa de cualquier propuesta de preservación o de transformación. Pero esa lectura puede realizarse desde tantas visiones disciplinares que no resulta fácil su integración de cara a identificar y definir los proyectos posibles, y por tanto los objetivos, lo que constituye una parte esencial y previa a la formulación de estrategias de intervención.
Le Corbusier, Ville Contemporaine (1922) |
En efecto, territorio y paisaje, dos conceptos y dos hechos indisociables aunque no sinónimos, son objeto de estudio desde campos diversos y convergentes como la geografía, la economía, la sociología, la antropología, la ecología o la historia. Lo que constituye la especificidad de la mirada arquitectónica, paisajística y urbanística es la voluntad de intervención, la propuesta proyectual. Sin entrar aquí en la discusión sobre las distintos significados de un término polisémico y escurridizo, hay que reconocer la riqueza y la multitud de acepciones que se plantean desde las diversas miradas disciplinares. En el intenso debate internacional sobre el tema, podemos adoptar la sistematización de un notable geógrafo, Jean-Marc Bessé- quien, reconociendo la fragmentación profesional y académica de las diferentes “disciplinas” centradas en el paisaje, define “cinco puertas” de entrada, cinco “problemáticas paisajeras” que coexisten aunque no se solapan totalmente. Así, junto al paisaje como representación cultural (el de los historiadores del arte y la literatura), el paisaje como un territorio “fabricado y habitado“ (geógrafos), el paisaje como un “entorno material y vivo” (ecólogos) o el “paisaje vivido” (antropólogos), estaría el “paisaje como un sitio o un contexto de proyecto”, el paisaje de los arquitectos, paisajistas y urbanistas, por referirnos a los profesionales que tradicionalmente encajan en esas perspectiva[2].
Frank Lloyd Wright, Broadacre City (1932) |
Hay que decir que dentro de cada una de esas “puertas” al paisaje podemos encontrar distintos “pasillos” que diferencian incluso la visión de arquitectos y urbanistas. Así, al revisar la trayectoria del “paisaje moderno” en la arquitectura, Kenneth Frampton reconoce la aparición de una sensibilidad moderna en la práctica paisajística del siglo veinte con acentos diferentes en los arquitectos de las vanguardias[3]. La arquitectura vanguardista de principios del movimiento moderno no cultivaría tanto la naturaleza como más bien acomodaría sus construcciones dentro de ésta. Este es seguramente el contexto del marco idealista de las visiones de Le Corbusier en la Ville Contemporaine (1922) o en sus propuestas para Río (1929), donde “la naturaleza penetra en la ciudad”. En cambio, otros pioneros de la arquitectura moderna plantean ciudad y campo como dos hechos indisociables, como Frank Lloyd Wright en Broadacre City, en Living City o en The Disappearing City (1932). Mientras, una lectura más urbanística permitiría diferenciar las propuestas territoriales, como hace Ludwig Hilberseimer, con su “Regional Pattern” (1944). Entre otras visiones más equilibradas, podríamos referirnos a la rica tradición urbanística y paisajística europea y norteamericana del siglo XX. Por ejemplo, la elaborada integración paisajística en las Siedlungen alemanas de los años 30, los conjuntos residenciales de Bruno Taut en Berlín o de Ernst May en Frankfurt. Pero no se trata sólo de constatar la existencia de esa sensibilidad paisajística en ciertas tradiciones modernas, sino también de reconocer las insuficiencias de las visiones del “funcionalismo ingénuo” (Aldo Rossi) tanto en la arquitectura como en el urbanismo que se fue imponiendo durante la segunda mitad del siglo XX. Y también de las conexiones entre las nuevas aproximaciones de naturaleza medioambiental y paisajística con una larga tradición, si bien un tanto marginal, de la cultura arquitectónica y urbanística de la era contemporánea.
Urbanismo Paisajístico
Es cierto que, a pesar de la potencia de la tradición moderna y del desarrollo paralelo del paisajismo norteamericano (que se inicia con los proyectos de Olmsted a mediados del siglo XIX) la imposición de las visiones del urbanismo funcionalista en la postguerra se tradujo, de nuevo, en el protagonismo de las edificaciones aisladas con el fondo de paisajes-decorado…, en el mejor de los casos. En este sentido, la reacción que se produce a partir de los años 80 del siglo XX, con una consideración más integrada del paisaje en propuestas que se plantean tanto desde la arquitectura del paisaje como del urbanismo, podría entenderse como una recuperación y desarrollo de aquellas tradiciones. De ahí la emergencia del llamado “urbanismo paisajístico”, en las últimas dos décadas. Aunque el nuevo discursodel urbanismo paisajístico y ecológico se impone con fuerza en el contexto norteamericano y puede calificarse como eslogan o etiqueta conceptual que permite inscribir la proliferación de proyectos urbanos con dimensión paisajística diversa, también es cierto que esos proyectos se corresponden con una creciente sensibilidad paisajística y medioambiental, un poco por todas partes.
El campo emergente del Urbanismo Paisajístico se concibe como “una reconversión disciplinar por la cual el paisaje sustituye a la arquitectura como el fundamento del urbanismo contemporáneo”, en la definición canónica de Charles Waldheim[4]. Aunque algunos prefieren una concepción menos radical y polémica y apuntan a una mayor hibridación de la arquitectura del paisaje y del urbanismo. Los impulsores de este movimiento reivindican las aproximaciones de Olmsted, Geddes, Mumford o Ian McHarg y su punto de partida es que el paisaje, más que los edificios, es la fuerza generadora de la metrópolis contemporánea, por lo que es oportuno convertirlo en tema central de las intervenciones urbanísticas. Esa premisa es importante ya que implica un protagonismo del vacío sobre los sólidos edificados y de la especificidad del lugar. De ese modo, la calidad de los proyectos hay que centrarla más en la intersección entre ecología, ingeniería, diseño, programación y otras estrategias diversas. Los proyectos de paisaje ya no tratan de dar forma al entorno de los edificios, sino que se plantean cada vez más de forma integradora, considerando las infraestructuras y los espacios intersticiales como materia del proyecto, tal como muestran algunos proyectos de los equipos norteamericanos más comprometidos con esta línea y que han sido teorizados por autores como James Corner en su potente y feliz metáfora “Terra Fluxus”. Aludiendo a la tradición de algunos urbanistas y paisajistas anteriores, como Jens Jensen o Victor Gruen, Corner apunta cuatro temas que serían sustanciales en esa aproximación: procesos a lo largo del tiempo, organización de superficies, método de trabajo o de funcionamiento, por último, lo imaginario. Proyectos como el exitoso High Lane en Nueva York, la renaturalización de una vieja infraestructura ferroviaria en la ciudad con la “fusión de superficies orgánicas y artificiales”, o la operación de Fresh Kills, en Staten Island, un enorme vertedero cuya reconversión ecológica ha permitido crear un nuevo parque de gran extensión (tres veces Central Park), se conciben como parte de un proceso y apuestan por esa hibridación de paisaje natural y artificial.
James Corner, High Lane y Fresh Kills |
En el contexto europeo, aproximaciones similares también proliferan en los últimos años. Algunas propuestas provienen claramente del campo arquitectónico, como las de R. Koolhaas, con su focalización en el tratamiento de las infraestructuras y el sistema de espacios libres (Melún Senart). Otras se inscriben en la renovación de la arquitectura del paisaje… como las de M. Corajoud para Lyon, las propuestas de A. Kipar para Milan verde o el urbanismo de las infraestructuras de Batlle i Roig en Barcelona. Pero es en Alemania donde se encuentran las realizaciones más elaboradas y reconocidas como auténticos paradigmas del nuevo urbanismo paisajístico. La Exposición Internacional de Arquitectura y Construcción del Emscher Park (IBA), la gran operación de los años 90 es el episodio más complejo, hasta el punto de que se considera paradigmático de las nuevas aproximaciones. En ese vasto territorio se comprueba la capacidad del paisaje para reconvertir lugares industriales abandonados en nuevos tipos de parques, con equipamientos culturales y la puesta en valor de un patrimonio antes poco valorado. Con más de 100 proyectos, se han alcanzado los más elevados estándares tanto desde el punto de vista urbanístico, como arquitectónico y paisajístico. El parque Duisburg Nord del equipo de Peter Latz es uno de esos proyectos en los que los fragmentos existentes han sido reinterpretados con una nueva sintaxis, dando lugar a un nuevo paisaje.
Batlle i Roig, Nudo de la Trinidad (Barcelona 1992) |
Paisajes culturales
Podemos ahora apuntar hacia ciertos paralelismos en las visiones paisajísticas que se renuevan desde la consideración del paisaje como patrimonio y como recurso cultural. Un concepto de importancia creciente, al centrar la preservación más allá de los edificios para incluir entornos en los que se combinan paisajes naturales y artificiales.
Como sucede en las concepciones del Urbanismo paisajístico, también aquí hay que tener en cuenta una larga tradición, a pesar de la emergencia de los llamados Paisajes culturales como estrategia de intervención en el territorio, como muestra la proliferación de planes, proyectos y publicaciones bajo ese paraguas conceptual y metodológico . Es conocido el hecho de que el movimiento conservacionista se impone a la vez que el urbanismo moderno. El desarrollo de ese movimiento desde finales del siglo XIX se manifiesta en otro intenso debate y en múltiples realizaciones que van ampliando su escala: desde el monumento a los centros históricos, a la trama urbana y al paisaje. La consagración de los “monumentos históricos” y su ampliación al entorno se va imponiendo durante todo el siglo XX [5]. A su vez, el propio término “paisaje cultural” se define claramente en la geografía cultural de de Otto Schulter y de Carl O. Sauer (La morfología del paisaje, 1925).
Con la aprobación de la Carta internacional sobre la conservación y la restauración de monumentos y de conjuntos histórico-artísticos o “Carta de Venecia”, en 1964, la visión patrimonial se va ampliando hacia los paisajes culturales, pasando por una atención progresiva hacia los entornos de esos conjuntos. La propia denominación del International Council of Monuments and Sites (ICOMOS) es significativa: a los monumentos se añaden los lugares (sites o places) y después los “lugares monumentales” (Conjuntos histórico-artísticos). La definición reciente de Paisaje cultural se produce desde la Unesco, concretamente en la Convención para la Protección Mundial Cultural y Natural (1972) que fue resultado de la interacción de dos tendencias: la conservación de monumentos culturales y la conservación de la naturaleza. Esta convergencia fue la que dio lugar al concepto de “Paisajes culturales”, cuya aceptación es tal que ya forma parte de distintas líneas de intervención en el territorio, desde las políticas de paisaje a las estrategias de sostenibilidad, como sucede con las propuestas del Observatorio de la Sostenibilidad en España [6].
Es significativo (y un tanto paradójico) comprobar cómo uno de los proyectos más representativos de estas visiones es, de nuevo, el del IBA de Emscher Park. Efectivamente, ese proyecto no sólo se plantea como operación de renaturalización y de integración de infraestructuras en el paisaje mediante la puesta en marcha de estrategias de planificación a distintas escalas, regional y urbana, sino que también tiene un objetivo claro de recuperación del patrimonio industrial y de su puesta en valor como recurso cultural.
Peter Latz & Partners. Parque Duisburg Nord. Acería Thyssen |
Especial interés reviste la emergencia de la arqueología industrial con la recuperación del patrimonio asociado a la misma. Es a partir de ese hecho y de la convergencia de miradas que buscan una “preservación mediante la protección activa”, cuando comienza a verse el patrimonio como recurso básico para un nuevo modelo de desarrollo y aparece la figura de los llamados “parques patrimoniales”. En los interesantes proyectos llevados a cabo por un equipo de la UPC en colaboración con otro del MIT para el “Corredor del Llobregat”, se alude al “nuevo paradigma” utilizando categorías e instrumentos ampliamente experimentados en la cultura urbanística. Los planes de parques patrimoniales constituyen figuras relativamente novedosas, aunque el número de experiencias empieza a ser considerable, sobre todo en Estados Unidos[7].
J. Sabaté y Equipo UPC, Parque Colonias del Llobregat |
J. Busquets (dir.), Buenas prácticas del paisaje. Líneas guía (2007) |
La proliferación de nuevas formas de intervención en el paisaje con fuerte componente cultural muestra la imposición de esos principios también en España: catálogos, directrices, guías, estudios de impacto paisajístico, proyectos paisajísticos…, constituyen instrumentos innovadores de ámbito e incidencia diversa. En todos ellos subyace la voluntad de situar el paisaje como protagonista y de superar estrategias simplemente conservacionistas, considerando que el desarrollo de actuaciones de distinta naturaleza puede ser el mejor dispositivo para la conservación. En estos momentos existe ya un amplio fondo de experiencias, referentes y “buenas prácticas” para orientar las opciones en casi cualquier tipo de territorio[8].
Repensar Canfranc estación: arqueología renaturalizada y paisaje cultural recuperado
Como se señalaba al principio, la riqueza y la convergencia de las distintas lecturas disciplinares sobre el paisaje no suponen una fácil integración. Pero ese el reto ante el que nos encontramos si queremos superar visiones simplistas y poco viables, que parten de programas y problemas totalmente definidos en lugar de tomar el paisaje existente y las oportunidades de intervención como punto de partida en situaciones de incertidumbre como las actuales.
Repensando Canfranc y su plataforma ferroviaria nos encontramos con múltiples posibilidades de intervención: desde la escala territorial y paisajística, parece necesario algún tipo de Plan director o similar. En el ámbito propio de la plataforma deberán decidirse y resolver la compatibilidad de los edificios y los usos para una efectiva “protección positiva”. A su vez, algunos edificios, no sólo la gran estación, podrán catalogarse, aunque ello no sea garantía de su preservación efectiva. Para lo cual habrá que pensar programas adecuados que permitan la revitalización del conjunto, objetivo último de las propuestas que deben surgir del Taller Repensar Canfranc.
Una recuperación del conjunto atendiendo a la singularidad del paisaje de Canfranc debería tener en cuenta propuestas ya planteadas. No solo las del concurso de 2001 como otras más viables y coherentes con las aproximaciones mencionadas. Por ejemplo, las que plantean la creación de una red de ecomuseos, centros de interpretación e itinerarios paisajísticos a través del Programa de Puesta en Valor del Patrimonio Ferroviario para dar a conocer la realidad sociocultural y tecnológica del ferrocarril, y las formas de vida y de trabajo de las personas que lo han utilizado en el pasado[9]. Pues, como sucede con el patrimonio industrial, su entendimiento y revalorización como recurso cultural, además de contribuir a recuperar la memoria histórica, puede constituir una de las mejores estrategias para la efectiva rehabilitación y regeneración paisajística del excepcional conjunto de Canfranc.
[1] A. Sabio, “Obra cumbre de la restauración paisajística”, en AA.VV., Canfranc el mito, Pirineum, 2005
[2] J. M. Bessé, “Las cinco puertas del paisaje”, en J. Maderuelo (dir.), Paisaje y pensamiento, CDAN, Abada ed. 2006
[4] Ch. Waldheim (ed.), The Landscape Urbanism Reader, Princeton Architectural Press, Nueva York, 2006
[5] F. Choay, L´Allégorie du patrimoine, Seuil, París, 1992
[6] Equipo OSE, Patrimonio natural, cultural y paisajístico. Claves para la sostenibilidad territorial, Observatorio de la Sostenibilidad en España, Madrid, 2009
[7] J. Sabate, “Paisajes culturales. El patrimonio como recurso básico para un nuevo modelo de desarrollo”, Urban, 9, 2004 [8] J. Busquets (dir.), Buenas prácticas del paisaje. Líneas guía, Generalitat de Catalunya. Departament de Política Territorial i Obres Públiques Direcció General d’Arquitectura i Paisatge, 2007
[9] A. García Alvarez, “Patrimonio ferroviario aragonés. Propuesta para una red de museos especializados”, en Maria Pilar Biel Ibáñez (coord), Jornadas de Patrimonio Industrial y la Obra Pública. Zaragoza 16, 17 y 18 de abril de 2007
Javier Monclús
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