sábado, 15 de enero de 2011

Aprendiendo de Zaragoza. Para alumnos de Urbanismo I

“Mirar, observar, ver, imaginar, inventar, crear”. Esa máxima de Le Corbusier a propósito de toda arquitectura resulta quizás todavía más necesaria en el campo del urbanismo.

Como introducción a la asignatura de Urbanismo I queremos animaros a comenzar a pensar en la ciudad, mediante algunos ejercicios que pueden ser útiles en un primer acercamiento a uno de los objetivos esenciales de la asignatura: la comprensión de los procesos urbanos, de la dimensión urbanística de la arquitectura, de la arquitectura de la ciudad. Reconocer la ciudad y sus lugares exige práctica y, sobre todo, ejercitar la mirada de arquitecto con el material básico del Urbanismo que son las ciudades, los fragmentos urbanos, los espacios proyectados, los planificados, los "no lugares", etc. Como decía Walter Benjamin, "la ciudad es como un libro que se lee con los pies". Por tanto, lo mejor es caminar y observar. Pero, para introducirse al Urbanismo, también resulta indispensable leer los textos, las explicaciones de los proyectos urbanos, los artículos especializados o de cualquier otro tipo relacionados con la ciudad y los fenómenos urbanos. 
Nos parece que es importante que mireis la ciudad en la que nos encontramos y en la que desarrollaremos una parte sustancial de nuestro trabajo universitario: Zaragoza. Se puede "aprender de Zaragoza", como de otras ciudades, de muchas maneras. Una de ellas es analizando y dibujando el recorrido que haceis cada día desde vuestro domicilio hasta el Centro Politécnico Superior. Otra, reflexionando sobre las relaciones entre arquitectura y ciudad en espacios urbanos concretos. Un ejemplo que puede ser útil, ahora que se está remodelando, es el de la Gran Vía de Zaragoza. Os adjuntamos un artículo publicado en Artes y Letras (Heraldo de Aragón, 13.05.2010), con motivo de una exposición celebrada en Madrid que pronto veremos en Zaragoza.

Las otras Grandes Vías. De Madrid a Zaragoza

¿Qué tienen en común las “Grandes Vías” de Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Granada, Murcia y Zaragoza? Con la excusa del centenario del inicio de la Gran Vía madrileña, se prepara una exposición sobre un tema más complejo e interesante de lo que en principio pudiera parecer. Como siempre que se comparan episodios urbanos correspondientes a diferentes ciudades y contextos históricos, el riesgo de generalización resulta obvio. Lo más fácil sería decir que no resultan comparables, que no hubo nada como la Gran Vía madrileña, o como la de Bilbao como la de Zaragoza. En cambio, la proliferación de nuevas tipologías de “grandes calles” en distintas ciudades europeas, norteamericanas y latinoamericanas desde finales del siglo XIX y, sobre todo, en las primeras décadas del siglo XX, nos permite pensar en la naturaleza y características de esas piezas urbanas.

Es cierto que algunas de esas calles se concibieron como operaciones de reforma urbana, aperturas radicales de nuevas calles en los cascos históricos. Es el caso de la de Madrid, un “sventramento” estratégico y revitalizador, al estilo  haussmaniano. También la de Barcelona (al considerar la Gran Vía Layetana que comenzó su apertura en 1908, de muy diferente naturaleza a la denominada Gran Vía de las Cortes Catalanas). Y también las de Granada, Valencia o Murcia. Otras, sin embargo, como las de Bilbao o Zaragoza, se concibieron como parte de sus proyectos de ensanche.

Las grandes vías como bulevares modernos
Si se considera la Gran Vía madrileña como modelo de gran calle monumental que redefine el centro de la ciudad y concentra la nueva arquitectura residencial y terciaria, las otras podrían ser analizadas como réplicas locales más o menos exitosas.  Sin embargo, también podría pensarse en la adaptación madrileña de los modelos parisinos o de las ciudades norteamericanas que durante ese mismo periodo, caracterizado por el movimiento “City Beautiful”, aspiran al embellecimiento y monumentalización urbana mediante el trazado de amplios bulevares o avenidas. Una aspiración que no es sólo formal sino que se corresponde con la voluntad funcional de vertebrar la estructura urbana creando conexiones entre lugares estratégicos y representativos de las ciudades.

Como señala Allan Jacobs en su excepcional libro sobre las “Grandes Calles”, es importante entender que un bulevar “es algo más que una calle ancha, da una imagen de gran tamaño y ceremoniosidad y prima la grandeza”. Algunos suelen definirlos como “avenidas amplias y ajardinadas”. De manera más explícita, se señala que en su concepción moderna, la de los bulevares parisinos del Segundo Imperio, éstos tienden a identificarse con una nueva versión de las avenidas arboladas de la ciudad neoclásica. Una versión en la que a las herencias del urbanismo clasicista se suman las preocupaciones funcionales, con la circulación y la promoción inmobiliaria como nuevos protagonistas.
Desde el punto de vista de la arquitectura urbana, lo más destacado es la continuidad relativa de las fachadas, más allá de la coherencia formal de las mismas. Lógicamente, las variantes en el diseño y características de los bulevares son innumerables y en ello influyen, tanto o más que la arquitectura de los edificios, las formas de disponer el espacio para peatones, conductores y transporte público.

La Gran Vía de Zaragoza: ciudad, paisaje urbano, arquitectura
En el caso zaragozano es importante recordar que el proyecto de una Gran Vía surge como concepto asociado al proyecto de Ensanche, a principios del siglo XX. Desde una perspectiva urbanística, la operación de la Gran Vía se concibe inicialmente como acertada prolongación directa del Paseo de la Independencia hacia el sur. En efecto, el Anteproyecto de Ensanche de 1906, no realizado en su momento pero propuesto como visión global de la extensión de la ciudad moderna que guiaría posteriores esquemas directores, se apoya en una gran “Avenida de la Libertad” que conecta la plaza Paraíso con el proyectado parque de Buena Vista.  Ese es el concepto estratégico de la Gran Vía de Zaragoza, que comenzó a materializarse en los años 20 con el cubrimiento del río Huerva y constituye un episodio señalado al concebirse como una operación urbana de notable envergadura: una calle de 40 metros de anchura y casi un kilómetro y medio de longitud, vertebradora de los ensanches del sur de la ciudad.
La Gran Vía zaragozana, sin haber llegado nunca a convertirse en el “corazón de la ciudad” (como sí sucede en la de Madrid mientras aquí el Paseo de la Independencia ha mantenido parcialmente su centralidad), sí va adquiriendo valor durante los años en que se va configurando con los edificios construidos desde la década de los 30 hasta la de los 60 (los indicadores de precios del suelo del periodo republicano ya nos dan una pista al encontrarse entre los más elevados de la ciudad). Y la arquitectura que caracteriza el nuevo bulevar se corresponde con un nuevo espacio urbano correspondiente a cierta modernidad de la Zaragoza de mediados del siglo XX. Como ocurre en los otros bulevares que surgen como avenidas arboladas (Sagasta, Pamplona) sobre las que se va apoyando distintos tipos de edificios pero con mayor intensidad, la concepción de la Gran Vía resulta en un espacio urbano lineal relativamente unitario, coherente y proporcionado.

Bulevares zaragozanos en 1937, con la Gran Vía a la izquierda. El protagonismo de los bulevares contrasta con el mosaico de tramas menores de ensanche


Bulevares zaragozanos en 1966, con la Gran Vía al fondo. Frente a la reconversión del Paseo de Independencia en Avenida para la circulación rodada, la Gran Vía culmina su construcción manteniendo el andador central y se configura como el nuevo eje “de prestigio” de crecimiento hacia el sur
El paisaje urbano de la Gran Vía se caracteriza por la coexistencia de arquitecturas eclécticas y académicas con otras que utilizan lenguajes más o menos “modernos”. En realidad, se trata de una muestra significativa de la arquitectura zaragozana que  se realiza en esas décadas, un observatorio en el que la ausencia de piezas emblemáticas de primer nivel no debe hacernos menospreciar su potencia como conjunto urbano. Destaca, sobre todo, el edificio de la  Caja de Ahorros (de Teodoro Ríos, 1945) el más monumental, que marca el inicio de la Gran Vía. Otros también resultan interesantes por su dignidad y presencia urbana, como los que continúan ese frente, en la fachada de los impares.  Y también resultan de interés los que se corresponden con las nuevas formas de promoción en manzanas completas y que permiten cierta experimentación en el segundo tramo de la Vía (manzana cine Gran Vía, de Miguel Ángel Navarro, 1941). Como también alguno que resuelve brillantemente el encuentro con tramas viarias laterales (manzana hotel Gran Vía, M. Ambrós, 1960) y otros, menos señalados pero bien inscritos en el bulevar. A pesar de la diversidad de lenguajes arquitectónicos, resulta evidente la mayor calidad del resultado urbano en relación a otros grandes “ejes viarios” de la ciudad. Basta contrastarlo con la desolación de otras “calles grandes”, como Cesáreo Alierta o su inhóspita prolongación en las décadas posteriores. 

 
Vista de la Gran Vía al atardecer (abril 2010).  Foto de Iñaki Bergera
 Recuperaciones y prolongaciones: la nueva Gran Vía
Es interesante comprobar la permanencia y los cambios en las concepciones de las Grandes Calles. A veces, se pretenden aplicar modelos del s.XIX a realidades urbanas del siglo XXI (como ocurre en Valencia con la pretendida prolongación de una gran avenida hasta el mar). En otras ocasiones, se trata de recuperar el espacio público reintroduciendo arbolado y verde en general o bien potenciando el transporte público y reduciendo el tráfico privado (consulta en Diagonal de Barcelona y concurso en Gran Vía de Madrid). En el caso de la Gran Vía zaragozana, la introducción del nuevo tranvía- metro ligero constituye una oportunidad para la renovación y actualización sustancial de ese espacio urbano singular. Parece claro que el proyecto urbano y paisajístico en curso puede mejorar sustancialmente nuestra Gran Vía, potenciando el uso del andador central, poco utilizado y con falta de continuidad peatonal y ciclista. Si además es posible resolver otros temas pendientes, como el del encuentro con el río Huerva en la finalización de su cubrimiento y la conexión con la estación de cercanías de Goya, es probable que la Gran Vía experimente una importante recualificación y se convierta finalmente en un nuevo espacio central, en la nueva Gran Calle de Zaragoza.

Gran Vía: proyecto de reurbanización (Iñaki Alday, 2010)


Javier Monclús

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